Django, de Quentin Tarantino
Caballeros, ustedes tenían mi curiosidad, pero ahora tienen mi atención: Calvin Candie en Django sin Cadenas
Para Alicia, porque llevar cadenas es una decisión personal
No es Jamie Foxx, ni Leonardo Di Caprio o el justamente premiado Christoph Waltz quien tiene el mejor papel en Django, versión libre 2012 del personaje creado en 1966 para un spaguetti wenstern dirigido por Sergio Corbucci y actuado por Franco Nero.
Para Alicia, porque llevar cadenas es una decisión personal
No es Jamie Foxx, ni Leonardo Di Caprio o el justamente premiado Christoph Waltz quien tiene el mejor papel en Django, versión libre 2012 del personaje creado en 1966 para un spaguetti wenstern dirigido por Sergio Corbucci y actuado por Franco Nero.
En una película que se basa en el aparente maniqueismo y los
estereotipos, así como en la búsqueda tarantinesca de la justicia a cualquier
precio, aunque en el camino se cometan más excesos, incluso de los que se
pretende castigar, el personaje central es el recreado por Samuel L. Jackson; el de un
hombre con el alma rota, un simio domesticado que confirma las seudocientíficas
teorías frenológicas de Calvin Candie, el dueño de un campo algodonero que con
extrema tranquilidad puede pedir que le hundan los ojos a un ser humano, seguro
de que su dominio es tan absoluto que no corre ningún riesgo de que la
violencia se torne en su contra.
Jackson tiene el papel de Stephen, caracterización de los
burócratas, los legisladores del PRI, los Peñabots, los pejezombies o cualquier
estereotipo que la idiosincracia de nuestros lectores sienta identificable con
la sumisión más absoluta.
Vaya valor y carácter que debe reconocersele a Jackson para
interpretar a personaje mas despreciable, al colaboracionista, el traidor a su
clase. Es el mejor bastardo sin gloria creado por Tarantino, un personaje digno
del peor lugar en el infierno de Dante y del primer sitio en Los Miserables de
Victor Hugo. Maravilloso en el contexto que el propio Tarantino nos propone al
recordar que Alejandro Dumas era negro.
Tarantino pudo hacer de Django un Espartaco del Siglo XVIII,
pero en su lugar prefirió un macho omnipotente, capaz de resolver por si mismo
una batalla contra todo un ejército de caporales o de aprendices de ku kux
klanes.
A pesar de su globo de oro a mejor guión original, el
"script" de Tarantino que apuntaba más alto, acaba por convertirse en
la escaleta de una historieta que en momentos esta por debajo inclusive de las
historias de Marcial Lafuente en Stefanía y más cercano a las fallidas
historias del Libro Vaquero.
Tarantino es la máxima autoridad en cine de acción. Es un
fanático que ha visto desde las clasicas con
John Ford hasta los intentos de cine hollywodesco de René Cardona. No
cualquiera hubiera nombrado a un personaje, Hugo Stiglitz, como él lo hizo con
uno de los miembros de la Resistencia en Bastardo sin Gloria.
Hay momentos en los que la historia de Tarantino pareciera
querer dar una lección moral, burlarse de los republicanos y el tea party, que
parecen perfectamente encarnados en la inmoralidad del personaje de Di Caprio,
pero luego parece recular al dejarse asesinar sin ninguna culpa aparente por su
propio personaje.
En efecto, Django mata a Tarantino, pero no se preocupe,
esta es una escena que no le va anticipar la sorpresa de la película.
Y ese si es otro mérito, como en Paris, Texas de Wim
Wenders, el viaje de Django inicia de la manera más imprevista y termina con un
giro imprevisto para el espectador. Tal vez porque Tarantino no sigue una idea
fija al escribir, sino que se deja asesorar por los amigos a los que consulta
como ven la historia.
Bella y simbólica escena la del negro montando un caballo
blanco, sin necesidad de bridas ni silla. La simbiosis entre el jinete y su
corcel que van en la misma dirección sin necesidad de fierros en la boca, ni
espuelas en los hijares.
La historia siempre está en movimiento. El sentido del humor
y el ingenio en la batalla contra los ku kux klanes es mucho más agradecible
que el inverosimil enfrentamiento en el casco de la hacienda, donde hubiera
sido muy apreciado que Tarantino hubiese visto también Barroco de Paul Leduc
(1989) para darse cuenta de que el trabajo en equipo es un mejor recurso contra
la esclavitud.
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