Función doble Heli y La Jaula de Oro
Axel Ancira
Festival de Nuevo Cine
Latinoamericano, La Habana Cuba.
17 de diciembre de 2013, Santa
Clara, Cuba.
El Festival de Nuevo Cine
Latinoamericano ha llegado a su fin con un saldo extraordinario para el cine
mexicano: el premio a mejor largometraje para Helly, de Amat Escalante, y el premio de mejor ópera prima para La jaula de oro (Diego Quemada Díez).
En un festival monumental, en donde como ocurre a menudo en otros festivales,
es imposible verlo todo; y en este caso particular, combinarlo con la tarea de ser un ciudadano de
a pie en Cuba, alejado de las recepciones en hoteles cinco estrellas y de los
taxis de precios exorbitantes, cruel símbolo de la doble economía del sistema
cubano, que constituye no solo una afrenta para la vida cotidiana de las y los
ciudadanos cubanos, sino también para los viajeros del tercer mundo, de quienes
se exige un poder adquisitivo similar al de los visitantes de los países más
desarrollados. Por suerte, la amistad es un valor comunista más grande que las
segregaciones que puede producir cualquier reino del dinero.
El Festival de Nuevo Cine
Latinoamericano, en su edición 35, resulta muy desigual en la calidad de las
cintas exhibidas. Muy lejos de las
cintas galardonadas, quedan otros filmes de la competencia que destacan por una
sensiblería manejada como fórmula (Azul y
no tan rosa), y por un efectismo dramático, llevado al paroxismo, en una
versión shakespeare-bananera de un Otelo, referenciado involuntariamente (Piedra, papel y tijeras).
El cine Yara fue el espacio
escogido para ver la última función del festival. El paciente público habanero
que durante los diez días del festival ha derrochado tiempo, ha hecho filas
bajo sol y lluvia, y ha visto recortar una y otra vez los pasaportes -unos sencillos boletos de papel cuché- hace un silencio
atípico ante los primeros planos de La jaula
de oro. En pantalla, una niña se corta el cabello y se faja los senos, para
aparentar ser un hombre; un joven, casi
un niño, se cose unos billetes dentro de la costura de un pantalón. Así empieza está aventura de lo que podríamos
considerar una road movie, y que lo
es en sentido estricto, salvo que en este caso la aventura de un viaje de
transformación, es también el viaje por la propia sobrevivencia, en lo que es,
quizá, el corredor de muerte más grande del mundo: la ruta migrante de México
hacia los Estados Unidos.
---Cómo puede ser tan cruel el
ser humano. Dice una voz entrecortada a mi lado izquierdo. En un país acosado y
acusado internacionalmente como violador de los derechos humanos, estos hechos
cobran un sentido distinto, pues qué podemos decir los mexicanos sobre los
derechos de cientos de miles de migrantes centroamericanos y connacionales que
día con día pierden la vida, quedan mutilados, las mujeres violadas, ante el
conocimiento de un Estado mexicano que voltea hacia otra parte, y que
hipócritamente exige una ley migratoria por los derechos humanos de los
mexicanos en los Estados Unidos.
El público quedó en un largo
silencio cuando los créditos bajaron en la pantalla. Los aplausos aparecieron
entre la mayor parte de los asistentes, pero el estado de ánimo no permitía
ninguna expresión de alegría, mas que la de la fortuna de haber podido
contemplar una pieza llamada a ser un clásico instantáneo del cine
latinoamericano, y quizá la única del festival que merece el epíteto de Nuevo
Cine Latinoamericano. Tal vez los asistentes habaneros pensaran que Cuba y la
zona de Mesoamérica, dos regiones con importantes diferencias y producto de
procesos históricos diferenciados adolecen de
igual manera, y tal como los
protagonistas de la Jaula de oro, de
un nivel de vida satisfactorio que impida apreciar al vecino norteño como una
esperanza por una vida mejor. Las
últimas imágenes de La jaula de oro,
en donde vemos la concreción del
sueño americano, parecen dejarnos una misma pregunta: dónde sobrevivir si las
posibilidades están canceladas en el lugar de origen, y en el destino la vida
está llamada a ser miserable, aunque por otras razones: el pueblo mexicano, condenado
a una eterna vida de segunda, los cubanos, en su mayoría con un alto grado de
preparación, condenados a ocupar plazas miserables en labores ajenas a su
verdadera vocación.
La jaula de oro cobra un significado distinto vista desde la isla,
y es que ante la caída del Muro y del bloque socialista, ha quedado un país
encerrado, en donde sus habitantes tienden a ver el mundo exterior como un
infinito número de posibilidades, por la simple comparación de los salarios, el
precio de un ordenador o de un automóvil... Y es que el resto del mundo, para
muchos cubanos, es sinónimo de extranjeros millonarios que llegan a vacacionar
a la isla, y para quienes un dólar vale tanto como un guijarro. La jaula de oro permite trascender esta
imaginería ingenua, compararse y comprender el sentimiento de miles de seres
humanos, en lo que el padre Solalinde ha denominado de con fina ironía, el
Triángulo de las Bermudas mexicano.
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