Pelo Malo
Pelo Malo*
Directora: Mariana Rondón
(Venezuela, Perú, Alemania)
93’
Venezuela 2013
Por Axel Ancira
Corresponsal en el festival de
Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana, Cuba
¿Qué es América Latina? ¿Quiénes
somos los que la habitamos? Preguntas de macrorrelatos que difícilmente pueden
encontrar respuestas en un filme, incluso en una corriente o vanguardia, y que
más que eso, se han abandonado. Sin embargo, Pelo Malo no renuncia a contestarla, desde la pequeña escala de
personajes en búsqueda contante de sí mismos. La infancia, edad terrible de
definiciones, es tomada como un pretexto para señalarnos las dificultades de
definir una personalidad en un mundo que tiene formatos ya definidos para
existir, y en donde se estipula que lo mejor es estar arropado por un modelo
para no sufrir el terrible acoso de ser diferente.
El pelo de Junior, un niño llamado
a ser hombre: ese es el centro de un conflicto que pasará de ser un tema
insignificante, hasta convertirse en un símbolo de disputa en donde se evaluará
la identidad sexual. Un pelo malo,
indómito, que no puede ser peinado, y por lo tanto se convierte en el
impedimento para ser un verdadero cantante. El primer paso para el pequeño de
nueve años, es tomarse unas fotografías. Nuevamente el tema de la identidad pasa
por la posibilidad de construir una imagen, aun sea ante el fotógrafo
oportunista del barrio, que les vende (a Junior y a su pequeña amiga) el sueño
de convertirlos en un ramplón fotomontaje en miss universo o en un cantante.
Es la Venezuela contemporánea,
antes de la muerte de Hugo Chávez. Los
trayectos de Junior, junto a su madre, por las avenidas de la ciudad, nos
permiten ver una importante campaña política, con lo que el filme nos muestra
de manera sutil, pero efectiva, las intricadas fricciones de una sociedad
divida. Nada de esto es parte del mundo
de Junior, en la intensa pelea con su cabello, maldiciendo el reflejo en el
espejo que lo muestra con su pelo rebelde, aunque él demostrará serlo más.
La madre de junior ha perdido dos
trabajos consecutivamente, así que su
principal interés es recuperar su antiguo trabajo de vigilante. Nuevamente, la
elección de la actividad de esta mujer, no es una casualidad, en un país que
junto a México, cuenta con las ciudades más violentas del mundo. Junior, quiere ser cantante, pues siente
intensamente la música, y tal vez porque se ha construido una fantasía desde la
soledad; espacio para imaginar la vida de miles de vecinos y sus pequeñas viviendas que él puede ver,
desde los andadores del edificio. El
abandono de su madre es por una parte, producto de los efectos de la
explotación laboral: el desempleo, el hambre y la carencia, ese actante tan
naturalizado por creadores y espectadores, hasta el punto de casi olvidar que
existe, es operante y debe ser siempre expuesto
y nunca naturalizado; pero el abandono de junior es también el abandono
por el desprecio. Ante la ausencia de su padre, de quien sabemos ha sido
asesinado, la madre endurece su trato y se convierte en una macha-mujer:
adquiere todos los símbolos de fortaleza
física, dominio posesivo en sus relaciones sexuales (emotivas parece no tener),
la crueldad en el trato con su hijo, que terminará en la duda de si lo mejor
que puede hacer es vendérselo a la abuela. La madre es, pues, la introyección de un
macho, hecho mujer, que teme que sus hijos varones, adquieran las
características para ella femeninas: debilidad y sensibilidad.
Pelo Malo es un filme que supera las carencias de sus personajes:
si para la madre, sobrevivir en un mundo violento y de trabajo precario es solo
posible, a condición de adquirir las características más terribles del macho,
el filme, por el contrario, maneja de manera inteligente la ambigüedad, y no
cae en la simpleza argumentativa de proponer una respuesta que solucione los
conflictos. Es la violencia que Junior ejerce contra sí mismo, para recordarle
a los espectadores todas las violencias necesarias para transitar de la
infancia a la adultez, y la justa indefinición sobre la verdadera identidad
sexual de Junior, lo que manifiesta la tensión entre el mundo del filme y los
espectadores; y es que por encima de las particularidades de las condiciones de
vida de un niño en la Venezuela contemporánea, el tema es la eterna lucha
generacional, donde los hijos constantemente son mucho más complejos que los
limitados márgenes de los formatos con que los padres miran a sus hijos.
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