Fury, Corazones de Hierro, Una Noche en el Museo 3


Ramsés Ancira

En inglés se llama Fury, la tradujeron en español como Corazones de Hierro y tiene como cartas de presentación a Brad Pitt y Shia la Beouf, este último en un papel muy poco reconocible pues no es el galán joven  de Transformers, sino un hombre de bigote que se sabe la biblia de memoria y forma parte de un grupo de asesinos seriales que no pueden ser llamados como tales porque llevan el uniforme del ejército de Estados Unidos.

Es quizá una de las mejores películas sobre la Segunda Guerra Mundial que se ha filmado en las últimas décadas y a diferencia de la mayoría no toca el tema del antisemitismo, en esta las víctimas de la SS no son judíos, homosexuales o gitanos, sino los niños y ancianos que se niegan a matar.

Recuerda Corazones de Hierro a Combate!  (Así, con un solo signo de admiración al final)  la excelente serie de televisión en blanco y negro de la sexta década del siglo pasado. También a una historieta que publicaba La Prensa llamada Sargento Furia y sus Comandos Aulladores. Es de ahí de donde sale el jefe de Los Vengadores en el universo de Marvel.

Pero en Corazones de Hierro no hay poderes sobrenaturales, sí batallas emocionantes y muchas descripciones de como la guerra convierte a los hombres en bestias. En medio de la acción trepidante hay una pieza teatral que tiene vida propia, es la escena donde los protagonistas, cuyos cerebros están puestos en modo de máquinas de matar,  se enfrentan a una situación de paz en una casa ocupada por dos sensuales  alemanas.

Para los cinéfilos, Furia, como mejor hubiera quedado la traducción en español, es una película que se debe ver. Aquí Brad Pitt está casi tan loco como en el papel que desempeñó en Bastardos sin Gloria, pero a diferencia de esta no hay el tono tarantinesco de humor negrom ni nazis perversamente inteligentes;, solo seres transformados en máquinas de destrucción del contrario.

Y una sola, gran lección: hay que hacer el amor sólo por el hecho de que somos jóvenes tanto tiempo como estemos vivos.

UNA NOCHE EN EL MUSEO 3

Si no tenemos hijos pequeños, sobrinos o algún niño que nos acompañe al cine, de todas maneras hay una razón para que Una Noche en el Museo 3 se convierta en una película “Debe de... “: los cameos, apariciones no siempre fugaces de estrellas legendarias del cine

Y aunque la fantasía y la acción delirante son el tono de la película, más de un espectador se pone al borde de las lágrimas cuandoTeddy Rooselvet se despide, porque sabe que son las últimas líneas que diría en el cine el apreciado actor  Robin Williams.

La aparición de Mickey Rooney es mucho más corta, también es su última película; pero bastan esos segundos en pantalla para que nos haga sonreír  con esos ojos brillantes y alegres. Parece que para entonces el legendario actor ya no podía aprenderse las líneas, pero eso no obsta para que refleje su pasión por el cine hasta el último momento de sus 94 años de vida.

Con 89 años de edad, Dick Van Dicke, el espigado acompañante de Julie Andrews en la sesentera Mary Poppins, tiene un papel crucial en Una Noche en el Museo, película que desde el título rinde homenaje a las leyendas. Si para algunos amargados la cinta puede resultar muy boba, no habrá cinéfilo que no aprecie el sentido del humor en la aparición de Hugh Jackman, actuando como Arturo en el musical Camelot, pero intentando representar a Wolverine para ahuyentar del escenario a un grupo de invasores.

Jackman ni siquiera aparece en los créditos, lo que parecía un regalo sorpresa para los primeros que vieron la película en la temporada navideña. Quien se despoje de prejuicios y se disponga a ver la película con los ojos de un niño, disfrutará Una Noche en el Museo y estará de acuerdo en que es una película que “se debe de...”

CORTOS

Si usted conoce a un grupo de jóvenes viviendo en la calle, a niños migrantes refugiados en algún albergue u otro tipo de grupo humano  vulnerable acérquese al centro de atención a clientes de cualquier Cinépolis y diga que quiere invitarlos a ver una función como parte del programa Historias que Cambian Historias. En opinión de este reseñador es el programa a más generoso, desinteresado y sobre todo trascendente,  de todos los que la iniciativa privada haya propuesto hasta ahora.

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