El mejor análisis de 50 sombras de Grey

Nota del Editor: Estaba harto de críticos que le dicen al público qué es lo que deben o no deben ver de acuerdo a sus muy particulares prejuicios y esnobismo, cuando me encontré este análisis sobre lo que me parece verdaderamente importante ¿por qué la película rompe marcas de taquilla en tantos países? Este análisis de Alma Delia Murillo ¿Y de coger ni hablamos? dice lo que en verdad le interesa al espectador que aún no ha tomado la decisión de elegir esta película, y lo mejor, no tiene spoylers, o para decirlo mejor en castellano, no le cuenta de que se trata la historia. Publicado en Sin Embargo http://www.sinembargo.mx/opinion/21-02-2015/32048
 
 
No hemos entendido nada de la verdadera libertad por más que vociferemos sobre nuestra visión incluyente del mundo. Y lo sostengo porque esa pasarela de interpretaciones obsesivas sobre cómo deberíamos ser, cómo deberíamos comer, cómo deberíamos hablar, cómo deberíamos expresar un correcto sentido del humor, cómo deberíamos enamorarnos, cómo se debería asumir correctamente la masculinidad, cómo debería comportarse una mujer empoderada y hasta cómo deberíamos estimular nuestro erotismo o – para decirlo sin filtros-, cómo deberíamos calentarnos para procurar una buena cogida es una enfermedad colectiva que encuentro verdaderamente alarmante.
El asunto es que entre una y otra causa sesgada ese intento de inclusión termina siendo terriblemente excluyente, dictatorial y persecutorio contra todo el que no piense que la minoría que defiendo es tan importante como la minoría que defiende él.
¿Es que no lo vemos?
Los fenómenos virales que ocurren en nuestro imperio digital son interesantísimos eventos que, si tuviéramos menos prisa por salir a descalificarlos demostrando nuestra brillantez posmoderna y más apertura para mirarlos tranquilamente a profundidad; nos revelarían con tremenda riqueza qué está pasando con nosotros como especie. Pero no, una y otra vez se impone el ruido multitudinario, el juicio moral disfrazado de conceptos políticamente correctos, la voracidad por lo inmediato y la vomitiva pulsión por corregirle la plana a todo el que no piense como nosotros.
50 sombras de Grey es una película mala, sí: aburrida, un chick flick típico, nada sorprendente, predecible, más bien sosa y mediocre como miles de películas mediocres ha habido a lo largo de la historia del Cine. Basada en una novela igual de mala en cuanto a valor literario.
Pero el hecho es que convoca a millones de mujeres y, en lugar de aguzar el olfato para comprender el evento como un síntoma y tratar de dilucidar qué querría decirnos que, en pleno 2015, las mujeres respondan en masa ante la posibilidad de leer escenas sexuales o de verlas en la pantalla; nos clavamos en descalificar la película metiendo con calzador criterios de género para su análisis.
Y a riesgo de que me den duro y tupido (¡oh, sí! denme pero con arte), estoy convencida de que nos equivocamos tratando de mirar el fenómeno desde ahí.
Cuando deberíamos aprovechar este o cualquier otro bendito pretexto para hablar de sexo, de erotismo, de libertad para cultivar nuestro personalísimo placer, en resumen: de ganas de coger.
Ahora me explico.
La ansiedad se alimenta de la restricción, así funcionan los resortes de la psique: pónganse a dieta y verán cómo, desde el minuto que le den la orden a su cerebro para catalogar alimentos prohibidos, empiezan a desearlos con una desesperación inaudita; decidan dejar de fumar y verán cómo, apenas pensarlo, el cuerpo les pide fumar tres cigarros en lugar de uno… así es la cosa.
Es decir que hay una relación directamente proporcional entre la ansiedad con la que deseamos algo y la rigidez con la que se restringe y el grado en el que resentimos la ausencia de ese satisfactor en nuestras vidas.
Y, para que lo que voy a decir no suene a verdad de Perogrullo, les comparto algunos datos que se publicaron hace unos días en El País a propósito de las búsquedas sobre sexo en Google:
Las búsquedas de “matrimonio sin sexo” superan en tres veces y media a las de “matrimonio infeliz”, y en ocho veces a las de “matrimonio sin amor”. Hay 16 veces más quejas de que el cónyuge no desea practicar sexo que de que la pareja no está dispuesta a hablar.
Pues sí, las salas de cine abarrotadas por mujeres casadas y jovencitas deseosas de ver encuentros carnales “novedosos” permite, fácilmente, inferir dos cosas: que la actividad sexual en sus vidas es poca o nula y que sus prácticas probablemente sean monótonas, aburridas; nada para alegrarse pero tampoco nada para sorprenderse.
Lo que sí sorprende es que, con tanto alarde de liberación femenina, y con tanto alarde de no discriminación hacia las preferencias sexuales; haya tal cantidad de voces intelectuales descalificando que a un grupo de mujeres les caliente ese tipo de contenido que ha sido llamado “mommy porn” o pornografía para mamás. Como broma está bien, para divertirnos con el asunto da para mucho y unas buenas carcajadas siempre serán bienvenidas.
Pero es que hay quienes se han tomado la cruzada muy en serio. Yo nada más digo, cuidado: hay una sospechosa similitud entre la reacción descalificadora actual porque no se habla de sexo como “debería” y la reacción ultraconservadora de quienes, un siglo atrás, prohibían categóricamente hablar de sexo.
Por fin, ¿defendemos o no el derecho a la libertad carnal, al puro ejercicio del placer, a la desvergüenza para poder decir: soy mujer, me gustan tales o cuales prácticas sexuales y lo que me excita es esto?
Tener como recurso de estimulación erótica el libro vaquero, a Baudelaire, al Marqués de Sade o las 50 sombras de Grey debería ser terreno de libertad inalienable e irreductible. Y no veo por qué, si el orgasmo es de quien lo trabaja, el método para llegar a él no sea también elección y trabajo individual de cada quien.
Y reitero que estoy hablando del libre albedrío ejercido sobre lo más sagrado y acaso lo único realmente propio que tenemos que es el cuerpo.
Tampoco me interesa repasar la calidad cinematográfica o literaria porque me parece un despropósito y una pérdida de tiempo pues repito que la novela y la película son mediocres y no hay mucho más que decir al respecto. Claro que coincido con quienes intentan promover otros títulos eróticos que yo misma he tenido entre mis manos y me han hecho suspender el aliento y sentir ese golpecito agudo en la entrepierna al leerlos; por nombrar algunos diré Lolita de Vladimir Nabokov que es una gloria y en su momento fue tan injustamente rechazada y censurada, Las edades de Lulú de Almudena Grandes, El Amante de Marguerite Duras o, para reivindicar textos nacionales y contemporáneos, cito tres que se pueden conseguir fácilmente: Brama de David Miklos, Los abismos de la piel de Lourdes Meraz y Demasiado Amor de Sara Sefchovich.
Pero vuelvo al punto: que existan campañas digitales contra el pezón en redes sociales y que se tenga que camuflar en las imágenes donde aparecen unas tetas para evitar la perturbación de las buenas conciencias o que el ideal del cuerpo femenino siga imponiéndose como prototipo único en los medios de comunicación, son hechos que algún parecido guardan con las represalias ideológicas de quienes piensan que hay reglas para el erotismo y se empeñan en imponer un “deber ser” para la correcta expresión de la sexualidad.
Piénsenlo dos veces y verán cómo todo apunta a una misma pulsión punitiva y prejuiciosa. Es como si nuestras cansinas ideologías de civilización neurótica fueran los nuevos cinturones de castidad que impiden disfrutar del cuerpo según el antojo de cada individuo.
La famosa frase de John Lennon, esa que dice que vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor mientras la violencia se practica a plena luz del día, me hace reflexionar en por qué no nos escandalizamos con la cantidad de películas de violencia hollywoodense cuyo leitmotive es la sangre y en las que lo mismo vemos volar en pedazos autos y edificios que cuerpos humanos; lo común es que ante eso nadie se alarme pues nos hemos normalizado con semejante contenido, pero aparece una película con pretensiones eróticas y todo el mundo levanta el dedo para señalar algo. Por ello insisto en que hay que pensarlo mejor, en que hay que pensarnos mejor.
Así que más allá del irritante fenómeno comercial, del contenido poco profundo y de la lluvia de lugares comunes que esta historia cuenta; aceptemos que algo bueno ha salido de ella y es que deja claro un mensaje: las mujeres buscamos, abiertamente y cada vez con menos riesgo de ser llamadas putas, contenido sexual y erótico en nuestras preferencias de entretenimiento.
La película rompió récord en 11 países el fin de semana de su estreno y recaudó más de 240 millones de dólares.
¿Que las mujeres no pensamos en sexo? Tabú derribado, y de qué manera.
@AlmaDeliaMC

Sobre el éxito editorial y fenómeno mercadológico, les recomiendo esta información de Wikipedia: El primer libro, titulado Cincuenta sombras de Grey, fue lanzado a la venta como libro electrónico y como libro de bolsillo de impresión bajo demanda en mayo de 2011 por The Writers' Coffee Shop, una editorial virtual, con sede en Australia.[11] El segundo libro, Cincuenta sombras más oscuras, fue publicado en septiembre de 2011, y el tercer libro, Cincuenta sombras liberadas, en enero de 2012. The Writers' Coffee Shop tenía un presupuesto de mercadeo restringido y confió la publicidad en gran medida a blogs de libros, pero las ventas de la novela se vieron impulsadas por la recomendación de boca a boca.[12]

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Quiénes son los clientes de la industria del cine?

Una Última y nos Vamos

Las películas de Juan Gabriel